jueves, 8 de diciembre de 2011


De la independencia
Publicado por José Pablo Feinmann 11 Jul 2006 20:40

Cuando se declara la independencia se está declarando una autonomía política de España hacía ya tiempo ejercida. (…) La independencia que se declara en 1816 es la del poder español. No es la independencia de la patria, es la independencia de la patria del poder español. Al ser el capitalismo un sistema globalizador por esencia, por definición, por ser lo que absolutamente es, es decir, y perdón por la insistencia, un sistema globalizador que se extiende constantemente en busca de nuevos mercados para ubicar sus mercancías y conseguir materias primas y mano de obra barata, todo gesto independentista debe plantearse su relación con esa globalización. ¿Saldrá de ella, permanecerá? Dentro de la globalización capitalista hay, siempre, matices. En el año 1816 era algo más que un matiz globalizarse con Inglaterra o globalizarse con España. Los ibéricos eran un poder decadente, el patio trasero de Europa (…) Se declara la independencia de España para poder comerciar libremente con Inglaterra, para tener con ella tratados de comercio y para soñar con eso que todavía se llama el tren de la historia.
La concepción que los sectores dirigentes tuvieron siempre de la historia universal –por decirlo algo sonoramente– fue lineal. La historia es algo que avanza. Ese avance se llama Progreso, palabra que para decir lo que debe decir tiene que ser escrita con mayúsculas. El Progreso, en cierto momento, lo encarnó España. Pero, en el siglo XIX, el siglo de la máquina de vapor, del ferrocarril, del telégrafo, de las nuevas armas, lo encarna Inglaterra. Además, es cierto. La nueva cara de la globalización debía ser ésa. El siglo XIX fue un siglo esperanzado. Y a ese siglo se ata la independencia de la Argentina. Queremos ser independientes para entrar en la corriente incontenible de la esperanza. Eso se dijeron.
(…)Lo que debió ser de otro modo y no lo fue, fue lo que siguió a esas campañas. Derrotado el invasor español, el poder latinoamericano, para ser verdaderamente independiente, debió reunir sus fuerzas y realizar la unión del continente. No para aislarse. Sino para entrar con más poder en la relación globalizado a que Inglaterra proponía. El problema era el que ahora venía. ¿Libres, independientes para qué? No bien las ex colonias españolas de América están libres, Inglaterra (que fomentó y apoyó todas las rebeliones del sur) les propone el Pacto Neocolonial: ustedes compran nuestras mercancías, nosotros compramos sus materias primas. País azucarero, azucarero seguirá. País tabacalero, tabacalero seguirá. País de ganados y mieses, de ganados y mieses vivirá. Lo importante es que ustedes –además de no unirse y formar un mercado interno– no elaboren productos con valor agregado. (…) Sabían que un producto vale tanto como el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlo. Una mesa siempre valdrá más que una madera. Una mesa es una mercancía. Una madera no, es un producto primario. No tiene valor agregado. La mesa, sí. Por consiguiente, al reservarse Inglaterra el decisivo papel de taller del mundo, que no es sino meramente el de agregarle valor a los productos primarios, siempre prevaleció en el intercambio con los países libres que declararon su independencia. (…)  Así, entre el goce, la abundancia y el despilfarro, nuestra oligarquía hizo el país cuya independencia (de la atrasada España) proclamó. Hizo una hermosa ciudad, en la que paseaba imaginando deambular por París. Y realizó algunas tentativas industrialistas: industralizó el agro siempre que pudo hacerlo. Ser independiente no es aislarse. Ser independiente no es no ser dependiente. Se puede ser dependiente, o, mejor aún, interdependiente. Pero no en los resortes básicos que rigen la soberanía de un país. (…)Son y han sido los negadores de la independencia, los violadores de la democracia, pues siempre gobernaron detrás de la espada y sólo lograron hacerlo con los votos cuando los votos aceptó dárselos el pueblo.

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